La riqueza inconmensurable del ser sensible


Todos los seres sensibles de este planeta tenemos una riqueza inconmensurable. Disfrutamos de la gran capacidad de poder percibir, a través de nuestros sentidos, la gran belleza que nos ha sido dada por naturaleza. Y este hecho tan simple, nacido del gran misterio y producido sin que nosotros tengamos que hacer nada en particular, salvo abrirnos al más puro disfrute y al más puro de los conocimientos, es el gran tesoro de la existencia.

Cada elemento producido en la Naturaleza, desde el más simple soplo de aire, o la más insignificante gota de agua, o la más pequeña de las motas de polvo, hasta el más diminuto rastro del calor del fuego, son parte de toda la grandeza que contiene la vida. Esa vida grandiosa no se encuentra allá en los remotos espacios de ningún artificio creado por el humano, no puede ser hallada con ningún aparato inventado, no puede ser mirada a través de una pantalla, ni tocada con una mano virtual, ni siquiera podemos olerla mediante alguna fórmula química “mágica”, ni saborearla a través de las industrias alimentarias. Esa maravillosa simpleza, donde se encuentra todo el gran secreto del universo y más allá de él, sólo la podemos percibir gracias a lo que fue creado por sí mismo, es decir, gracias a nuestros sentidos.

Sentir regocijo por tan estimable don, es sentir regocijo por el mismo espacio que nos rodea de Naturaleza, porque estamos compuestos de la misma materia, porque somos el espejo mismo de lo que percibimos. Cuidar y mimar a la Naturaleza es lo mismo que cuidarnos y mimarnos a nosotros mismos. Despreciarla es despreciarnos a nosotros. Hasta que el ser humano no tome consciencia profunda sobre este hecho tan sencillo y simple, no podremos sanarnos, no podremos sentir como deberíamos sentir, es decir, con el más puro de los sentires. La enfermedad no es más que el rechazo a vivir, no es más que el rechazo a ver lo que somos verdaderamente, y esto es y se llama Naturaleza.

Todo ser viviente de este planeta tiene el derecho inalienable de respirar el aire puro, de poder beber las aguas limpias, de poder comer y sanarse con alimento natural, de poder cultivar y cosechar de forma natural la tierra, pues todo ello le ha sido dado. Del mismo modo, todo ser viviente de este planeta Tierra, tiene la obligación y la responsabilidad inalienable de salvaguardar, en el estado más armónico que sea posible, el medio natural en el que vive, pues ello ha de ser devuelto tal como nos fue dado.

Desde el sentido ético más elemental, no corresponder, en la misma medida, a lo que nos ofrece la Naturaleza, es robarle aquello que no nos pertenece, y eso, es algo que debe ser evitado. Del mismo modo, no permitir que los seres sensibles, en la misma medida, puedan disfrutar de lo que les ha sido dado, es robarles aquello que les pertenece, y eso, es algo que debe ser evitado.

La Agricultura Natural de Vida Natural Consciente, que declara los derechos y las obligaciones inalienables expresadas, expresa abiertamente también, ante la situación actual devenida, que, dentro de ese respeto comprometido y correspondido con la Naturaleza, ninguna enfermedad, que no sea la propiamente natural, atacaría a ningún ser sensible, ni habría pandemias, ni otros males de los que lamentarse.

Fdo. Un habitante natural más del mundo.

"Avances del próximo libro de Agricultura Natural en proceso de maquetación"